Declaración de principios!

He estado pensando mucho en estos días ¿cómo seguir?, ¿sobre qué puede ser la próxima entrada?, aparecieron muchas ideas por supuesto, pero ninguna lograba satisfacerme del todo hasta que decidí hacerle honor al pediatra Carlos González y hacer mi declaración de principios y así dejo clara mi postura al respecto de la naturaleza de los niños y la crianza.

Partamos de la base, soy defensora y practicante de la crianza con apego, no solo porque es lo que me dicta la razón sino, sobre todo porque es lo que mi dicta el corazón, el instinto, las entrañas y el amor y el respeto que le debo a mi hija.

Creo sin lugar a dudas que ella es mucho más sabia que yo en cuanto a sus necesidades (calor, amor, piel, mirada, presencia, teta), así que considero válidas, legítimas y razonables sus demandas. No me manipula, ni me "toma el tiempo", ni es caprichosa, o egoísta ella cómo cualquier bebé, como cualquier niño sabe lo que necesita para crecer y desarrollarse y afortunadamente pide!

Por otra parte, la maternidad y la crianza han representado para mi la posibilidad de replantarme un universos de paradigmas y costumbres, no solo en relación al vínculo padres-hijos, sino referentes al mundo que hemos construido y sobre todo aquel que construyo día a día en el encuentro con mi hija. Valga la pena que decir que estoy convencida que otro mundo es posible y que creo además que ese se construye en el día a día, en las pequeñas revoluciones y rebeldías cotidianas, las cuáles en mi caso se materializan en la crianza.

Durante estos 2 años, 8 meses y 29 días he podido verme a mi misma, a mi "adultez y madurez" con nuevos ojos, tal vez con los ojos que Kyara en su infinita generosidad trajo consigo para mi. He podido viajar a mi niñez y a la raíz de todo aquello que creía seguro, confiable y pre- establecido, he tenido que replantarme desde lo más básico hasta lo más trascendental, aquello en lo que creía y aquello que sentía. En definitiva he asistido al sismo de la vida tal y como la vivía, tal y como la concebía y he vuelto a verme y ver el mundo con ojos de niño.
Estoy convencida que la crianza es la oportunidad perfecta para cuestionarnos la manera como fuimos criados y educados. Y ojalá sea ésta la posibilidad para dejar de lado aquellos paradigmas donde sólo cabe la mirada y necesidad del adulto, donde sobra preguntarse si está bien para el niño, o donde sólo se da la repetición automática de lo aprendido, y perpetuamos clichés como: “así lo hicieron conmigo y no salí tan mal”

Así que si, si me preguntan tengo que decirlo y defenderlo, los niños son generosos, amorosos y les debemos cuidado, mirada, piel, amor, presencia y atención y no, no vienen a robarnos ni nuestro tiempo, ni la vida en pareja, ni el ascenso profesional o laboral, todo lo contrario vienen con la posibilidad de, si nos lanzamos a la aventura, transformarnos y recordarnos el camino a lo esencial y primario.
Les comparto además los párrafos inspiradores que me ayudaron a entender el valor de tomar partido y sentar mi postura

El libro que tiene usted en sus manos no busca el «justo
medio», sino que toma claro partido. Este libro parte de la base
de que los niños son esencialmente buenos, de que sus necesidades
afectivas son importantes y de que los padres les debemos
cariño, respeto y atención. Quienes no estén de acuerdo
con estas premisas, quienes prefieran creer que su hijo es un
«pequeño monstruo» y busquen trucos para meterlo en vereda,
encontrarán (por desgracia, pienso yo) otros muchos libros
más acordes con sus creencias.
Este libro está a favor de los hijos, pero no debe pensarse
por ello que está en contra de los padres, pues precisamente
sólo en la teoría del «niño malo» existe ese enfrentamiento.
Quienes atacan al niño parecen creer que así defienden a los
padres («un horario rígido para que tú tengas libertad, límites
para que no te tome el pelo, disciplina para que te respete,
dejarlo solo para que puedas tener tu propia intimidad... »);
pero se equivocan, porque en realidad padres e hijos están en
el mismo bando. A la larga, los que creen en la maldad de
los niños acaban atacando también a los padres: «No tenéis
voluntad, lo estáis malcriando, no seguís las normas, sois
débiles... »
Pues la tendencia natural de los padres es la de creer que
sus hijos son buenos, y tratarlos con cariño.”
(González, Carlos: Bésame Mucho, Editorial Temas de Hoy, 2003).

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